“LA PINTURA ES COSA MENTAL”
A Mª Victoria de la Fuente, pintora.
“Madre, tráigame más papel, traiga todo el papel que pueda./ Voy a comenzar un nuevo capítulo de mi obra./ Voy a titularlo:“A la sombra de las muchachas en flor”.
Cuando Gastón Baquero escribía estos versos finales en el magnífico poema “Marcel Proust pasea en barca por la bahía de Corinto”, aparte del acierto genial de identificar a Anaximandro con Proust, definía la obsesión del verdadero artista como la más fiel compañera, desde que se despierta su vocación hasta su muerte, ya sea para lúdico viaje o tormentoso camino.
El viejo mandrita paseaba en silencio a la sombra de un quitasol, “mitad verde mitad azul”, perdido en sus meditaciones, hipnotizado con las aguas cárdenas de la bahía y la belleza de las hetairas en flor. Y fue en esa serenidad inmóvil como descubrió el enigma del tiempo y el poder de los contrarios, donde cada elemento lleva en germen la potencia de destruir a su opuesto, aunque ninguno prevalezca por completo sino que se impone la alternancia, que es otra forma de equilibrio.
De la Fuente queda marcada e inicia, sin saberlo, ese peregrinaje de doloroso goce que supone la entrega total al mundo de la pintura, en la ría de su Vigo natal, cuando aún necesita auparse a una silla para ver las puestas de sol y las tormentas sobre el mar. Hablo de sus días de infancia en la casa paterna, ubicada ante un privilegio de azules de mar y cielo, de hortensias y de glicinias, y verdes infinitos. Etapa casi edénica para Mª Victoria, según propia confesión, que demuestra dejar un peso y un poso que en el futuro hará que el lienzo sea refugio o búsqueda de aquél tiempo perdido.
El lienzo, esa piel sombra, tan inseparable como la epidérmica, exigente como todo lo que pertenece al espíritu, reclama su alimento de aceites y pigmentos, soportes necesarios para que la mano deje sus huellas y marque sus signos, inscritos con tinta de lunas y obstinación de tea, aunque sólo los vean aquellos que logren penetrar su lenguaje.
Alternancia de tonos entre mares y cielos, los ocres del terruño, los verdes del campo y la arboleda y el oleaje verdeazul de las olas que se encrespan y serenan al capricho impredecible de la luz y la sombra, al paso de las estaciones que avanzan hacia oriente, desde el alegre limón al terciopelo que cubre los membrillos.
Empeño de yunque que nunca la abandona en el logro de técnica, símbolos y misterios, cónclave de vida, germinado desde el inicio en ese mar Atlántico, para dárnoslo trasformado, desde lo cotidiano y sencillo, en pretensión de esencias, exigencia y rigor de todo lo perfecto.
Los grandes ventanales de las casas gallegas, lisos o en múltiple cuadricula, tienen algo de barco y de interior de casa japonesa, en especial en los días brumosos o cuando la lluvia llora los cristales. Ese empañamiento o veladura atenúa la visión y los colores como si de un shoji se tratase, que sólo permite el paso de la luz y la visión ha de adivinarse.
Los ojos ven la luz tamizada a través de esos ventanales que son hosho o papel japonés más que frío e hiriente cristal. Podríamos decir con Tanizaki que la visión se hace tacto y casi terciopelo y aunque no sea fruto de arroz se le parece en rugosidad desplegada y calidez.
La retina esponja inconsciente y voraz que atrapa las imágenes y las guarda en el desván de la memoria, cuánto de mar y cuánto de cielo plegó en ellas, para extenderlo más tarde sobre el lienzo.
La memoria, pozo mágico dispuesto a aflorar sin previo aviso, sabe de sus meditaciones y no olvida que el mar es germinativo, campo de almendros nacarados y dulces violetas que no requieren siembra. De ahí le brota la energía que exige el temple del acero, la fortaleza que requiere cualquier transformación, cambio o metamorfosis: Informalismo, Nueva Figuración y Expresionismo. Firmeza y seguridad para cambiar la forma, sin tocar el corazón de las semillas.
El encuadre perfecto, el marco idóneo, cada objeto en su sitio, y el cielo para soñar la realidad vivida. El pincel toma vida a través del recuerdo, nunca de copias. Del interior hacia fuera toma cuerpo el deseo. Marco idóneo el silencio, el modelo sería incomodo testigo.
Botes o tarros de cristal, vacíos o con pinceles, tubos repletos o retorcidos, óleos derramándose. Caballetes, maniquíes, escuadras, trapos usados, la mesa repleta, la silla poco usada y la ventana siempre. Ventanas verticales, abuhardilladas o claraboyas. La luz imprescindible. Recinto cotidiano del goce y la fatiga, cuyo nombre de pila es la verdad desnuda: rincón de mi taller, la noche en el taller, mesa del taller... Instrumento indispensable de trabajo ya que no utiliza nunca la paleta sino que extiende los colores en un cristal sobre la mesa, lo que hace que esta se trasforme en un campo de batalla y así se manifieste.
La luz como expresión del tiempo, del paso de las horas y sus cambios, del rosicler al negro pasando por la riqueza tonal de los colores. Desde los grandes ventanales apenas se ve naturaleza, las ramas desnudas de algún árbol o unas hojas flotando a la deriva ¡Y no es casual que sólo se den en los nocturnos! El cielo con todos los azules es la visión por excelencia. Ante el milagro de la luz, el resto es intrascendente. Síntesis de la materia, eliminación de todo lo superfluo.
En estos Interiores, de trabajo o vivienda, naturalezas muertas, bodegones, mesas pegadas siempre a la ventana, aparecen escuetos los detalles. Objetos difuminados, casi excusa. Algunas flores, algunas frutas, algunas setas. El vaso, el sifón o la botella como filtro añadido a los cristales para mermar la luz.
En El elogio de la sombra se dice “que la oscuridad es la condición indispensable para apreciar la belleza de una laca”. Las más apreciadas son las negras, marrones o rojas, conseguidas a base de cientos de “capas de oscuridad”, colores estos en los que abunda en su primera etapa, que más tarde dulcifica con él remarque geométrico y el juego de contrarios entre luces y sombras que acentúa el rico cromatismo. Su expresionismo es más de atmósferas que de desgarro y sus formas encierran las líneas más precisas. Las nacaradas superficies, con los blancos bruñidos o enturbiados, los verdes del recuerdo, los rojos del olvido y todos los azules de los sueños son caricia táctil para la vista.
En esos Estudios e Interiores no podía faltar el Homenaje a Morandi. No es sólo la admiración al maestro, es la coincidencia en la síntesis, lo escueto, lo sencillo, el acierto y la delicadeza del trazo hecho sin esfuerzo, la limpidez de los colores. Es el decir lo más con los mínimos recursos, universalizar lo personal, los detalles más nimios, aquellos que todos olvidamos en el rincón de una alacena. Lograr atrapar lo fenoménico y plasmar la serenidad de lo minúsculo pues Dios también anda en los cacharros de cocina como decía la mística de Avila.
Los nocturnos son una prueba más de la elección de los contrarios. La luz transfigurada, sombra de sol y luz de luna, tímido desvelamiento de los objetos que con las mascaras calzadas muestran su lenguaje sin recato. La sombra y la luz son los puntales de su arte y en ellos hay rastros de los clásicos del género, ya Vermeer, ya Turner o Rembrandt.
Galicia por todos los rincones. Medula de su espíritu que transforma en materia, en paisajes marinos, puertos, mejilloneras, barcos y en la dulce tonalidad de los colores. Las tormentas que viera en su infancia, los rayos rompiendo las olas, el rosicler nocturno manchando el horizonte. Cómo no entusiasmarse con los mares de Turner, los barcos a la deriva y en zozobra y esos cielos de vaca desollada, sangre de muertos que engulleron las aguas, venganza de tormenta que los fija en los cielos.
El puerto de Vigo en el recuerdo, retina enamorada que acompaña sus pasos allá donde se encuentre, aguas plagadas de sedientas hortensias y náufragas glicinias y un cielo hambriento de esas aguas, replica exacta del espejo. Como es arriba es abajo, se cumple la máxima esotérica, destino irremediable, se tocan los extremos. Los barcos, su dulce balanceo en la cuna del puerto, la suave veladura y la luz tintineante del crepúsculo, en puro reverbero, transmiten el sosiego que busca el hombre de mar en su retiro. Y estoy hablando de un nocturno.
Nocturno también es El viejo astillero. Hay sombras cuyo fin es ser sombras sin más y ya es bastante, pero cuando Mª Victoria pinta la noche busca atrapar la luz de las tinieblas, tan bella o más que la diurna, y sin duda más hermosa si es crepuscular. El Nocturno desde mi terraza y La ciudad y la noche son una visión arrebatadora donde el tiempo se ha detenido mientras ella pintaba. La ciudad es un hervidero en difumino, los verdes, cárdenos, azules y ocres abrasados han atrapado la eternidad por un instante para el disfrute de los ojos.
Sobre la sombra se puede decir mucho, pero qué es ese algo invisible que sólo se manifiesta ante determinadas circunstancias. No es tema para tomarlo a broma, la literatura y la filosofía lo recogen en variedad de obras. En Las aventuras de la noche de San Silvestre (Cuentos fantásticos a la manera de Callot); en La maravillosa historia de Peter Schlemihl de Adelbert von Chamisso; en los cuentos de Hoffmann; en el tratado Ars Magna lucis et umbrae del humanista Kircher; en la Teoría de los colores de Goethe y en obras y fragmentos de los filósofos griegos.
El hombre ha jugado siempre con las sombras; existe el arte de las sombras chinescas, el teatro turco de artesanales figuras planas perforadas, nuestras tradicionales marionetas y hasta las simples manos juegan a componer sombras certeras en los muros. Y es que tal vez eso que no sabemos qué es ni en qué consiste, que no puede cogerse ni tocarse, forma parte de los misterios de la vida. Y el hombre, ese ser insaciable, quiere saber, necesita saber para seguir creciendo. Y la pintura como la poesía y cualquiera de las Bellas Artes no son otra cosa que conocimiento, en el sentido de desvelar, de atrapar lo oculto, lo que requiere una percepción diferente porque diferente es la materia que lo forma.
El juego de contrarios se muestra también como hemos visto en los Exteriores donde los temas constantes son la ciudad, Madrid especialmente, y su tierra natal, con las marinas, puertos y astilleros. Los dos mundos que ella más ha vivido.
Según Pascal “El hombre no es más que un junco, el más débil de la naturaleza; pero es un junco que piensa. Y aun cuando el universo le aplastase, el hombre sería más noble porque sabe que es más fuerte que aquello que le mata....Toda dignidad consiste, pues en el pensamiento”
La pintura de Mª victoria tiene mucho de reflexión, el mismo hecho de ejecutarla desde el recuerdo y no copiando del modelo nos indica la fuerza del intelecto. Es pintura deductiva no intuitiva. Antes que el filtro de los ojos, que ejercen de tul y de piedra de luna, está el filtro de la mente. Se piensa el adecuado enfoque de los ángulos, la distancia de los elementos en el espacio, la arquitectura del conjunto, la hora del día que se quiere plasmar y la luz a doc para ese instante.
Esas reflexiones meditativas están cargadas de vida, no son objetos muertos captados por la instantánea de una cámara fotográfica, excepto quizá si se tratase de la kirliam que nada tiene que ver en este caso. Son cuadros donde también se ha meditado el sentimiento. “Mejor no vio quien vio lo verdadero/ que yo, que lo pisaba pensativo”, nos dice Dante en su visita a los submundos para indicarnos la fuerza del pensar.
Se equivocan quienes piensen que aquello que procede de la mente ha de ser frío. “La razón es también una pasión” nos dice Eugenio D´Ors y eso mismo nos quería decir la cita de Dante. Iguales consideraciones están en Unamuno cuando dice -lo piensa el sentimiento, lo siente el pensamiento- o Pascal en su celebre frase “El corazón tiene razones que la razón no comprende” a la que replican los Alvarez Quintero “la razón tiene razones que no comprende el corazón”(estoy citando de memoria).
No es casual que los personajes que elige De la Fuente para sus retratos sean filósofos, pensadores y ancianos: Bertrand Russell, Aranguren y Galdós. Los personajes femeninos son mujeres de su entorno próximo, incluso la mendiga de la esquina, La pensionista, de la que observa con asombro cómo aún en ese lamentable estado mantiene la dignidad intacta. Miseria que encierra la grandeza de los espíritus selectos, pues bien decía Goethe “La dignidad no ha de cederse ni ante los dioses”. Son retratos de seres que conoce muy bien y que surgen desde la admiración, el asombro y el deslumbramiento.
La vida interior acaba por reflejarse en el rostro de los hombres, tierra fértil a todos los cultivos donde el arado de la vida marca como a fuego los surcos, las aristas y la palidez de la epidermis. El caso más extremo se da en la literatura con la obra de Oscar Wilde. Por tanto la faz de una anciano es como un libro que ya ha cubierto todas sus páginas.
La atmósfera que reflejan es casi espectral, no en sentido tétrico sino de viaje hipnótico. La sensación que provocan es la de alguien saturado de haber vivido buscando aquello que anhelaba, de alguien que ya ha encontrado la respuesta a múltiples preguntas.
Los personajes son casi traslúcidos, casi etéreos, son “un no sé qué que queda balbuciendo”, tal vez el alma captada en un instante de viaje distraído. Todo ello producido por el juego de luces y sombra y esa reverberación que hace intangible la materia y que sólo puede lograr un maestro de la técnica.
Rostros serenos como de seres que están de vuelta de las cosas a los que ya nada les preocupa demasiado porque están casi en la otra orilla pero que encierran algo de drama y algo de patético. Las figuras tienen un suave goyesco, los blancos y negros son impecables y su acabado tiene la factura de la obra lograda.
El mismo retrato de su madre se sale de las normas conocidas. Aunque sea una obra hecha desde el amor en ella no se refleja la ternura, que es lo habitual en estos casos. Es un retrato poderoso, donde se intuye la energía del ser que lo habita. Dada la enorme implicación con el personaje, nada más fuerte que él vinculo madre-hija, suponemos que ha hecho un esfuerzo tremendo de abstracción para limitarse a reflejar la admiración y eludir el sentimiento. Nadie podría adivinar que esa mujer, casi totémica, es la madre de la artista si ella no nos lo dijese.
En estos retratos se ve que valora sobre todo el substrato de las cosas; lo que más la deslumbra es la inteligencia. Va a lo esencial, no se queda en la superficie. Es también una manera de decirnos, que esos rostros desgastados por el paso de la vida, cargados ya de todas las fatigas, desencantos, alegrías y tormentos, encierran la mayor de las bellezas, la sabiduría que asimilaron mientras buscaban el tiempo perdido. Son bellos no sólo porque en esta serie De la Fuente alcance el logro mayor de su pintura sino que son bellos en sí.
Hay un cuadro significativo por su particularidad y excepción, dado que es la única naturaleza animal que encontramos en toda su obra. Me refiero a El Gato en el sillón. Y no ha de sorprendernos que sea un gato el animal que elige, ya que es el más solitario y pensante entre los domesticados, lo que resulta acorde con sus gustos de discreción e inteligencia. Y considerando el protagonismo que la pintora le asigna cabría incluirlo en la categoría de los retratos, como un pensador de otra especie que ha tenido un descuido en la penumbra dejándose atrapar en lo más íntimo.
Nos dice J.C. Bailly al hablar de los retratos de El Fayum, los más antiguos que se conocen, que “La representación de un rostro singular es como el calco de la singularidad misma: singularidad de cada rostro, singularidad de que existan o que hayan existido todos estos rostros y que en cada ocasión cada uno sea o haya sido el único, el último en ser así, viajando con ese rostro por la vida, enviado como tal a la muerte”. Y dice esto desde un análisis totalmente moderno, entendiendo el retrato “como representación exacta, o que procura serlo”, al margen de quién sea el personaje, ya rey o mendigo, aún ser viviente o habitante del reino de las sombras.
Por lo que sabemos se podría decir que el retrato ha existido desde que existe la pintura, al margen del mito fundacional que relata Plinio en su Historia Natural donde cuenta “unos dizen que fue hallada en Sición, otros que en Corintho y todos concuerdan que fue rayando alrededor la sombra del hombre. Y que esta tal fue la primera”, y más adelante “los primeros que la exercitaron fueron Ardices, corinthio, y Teléphanes, sicionio, sin usar hasta entonces de color alguno, pero esparciendo ya líneas por dentro, y así se instituyó escrivir también los nombres a los pintavan”. Es una feliz coincidencia que Plinio nos hable de Corinto, donde Gastón señala los mágicos encuentros de Proust y Anaximandro, allí donde eran posibles los milagros a la sombra de las hetairas más bellas de Grecia, mar al que acuden los que persiguen la belleza para inundarse de esas aguas donde los dioses se bañaron.
Los retratos son un reflejo del deseo de inmortalidad que, de una forma u otra, todos ansiamos. Por ello no importa que se trate de una persona aún viva o que ya haya muerto, porque el hombre al fin es un ser para la muerte. De lo que se trata es de atrapar el espíritu, captar las esencias para que perdure lo verdadero. Y este milagro lo consigue De la Fuente, en él más alto grado, pues esos cuerpos, algunos casi traslúcidos, son como la transfiguración del alma que antes de la partida pasa un instante por el lienzo y allí queda prisionera.
Todo auténtico creador pone en su obra lo que intencionadamente quiere más lo que aflora del inconsciente, reflejo de su naturaleza, y que él mismo, a veces, desconoce. Esto venía a decir Unamuno de sus nivolas y sin duda ello es extensible a cualquier campo de creación.
La personalidad de Mª Victoria es observadora, reflexiva y crítica. Y esto de alguna manera ha de reflejarse en sus cuadros. Siente especial debilidad por los seres indefensos y en los polos extremos de la vida se encuentran los más necesitados, ancianos que antes fueron niños y niños que pueden ser ancianos.
Los niños son niños tristes en los que no aflora la sonrisa, de rostros indefinidos, presentes pero distantes. Pequeños solitarios, que tienen por toda compañía una muñeca, lo que nos sugiere la posibilidad de que sólo sean niñas. En cualquier caso no son Alicias ni tienen conejos divertidos ni mágicos espejos ni están en ningún país de maravillas.
En los ancianos está la soledad no deseada, la desolación, el abandono, pero no sabría decir porqué me resultan más trágicos los niños, como cargados de mayor patetismo. Me viene a la memoria El niño de Vallecas al contemplar El mundo de la pequeña Isabel, La abuela Rosalía o La familia. Son víctimas inocentes, seres en permanente asombro, marginados del mundo de los mayores, siempre cargados de interrogantes. Seres anónimos hasta en los nombres donde el padrino es la invención.
Las maternidades tienen un no sé qué de abatimiento, no son gozosas, a pesar de ser serenas, se aproximan al desasosiego. Parece que pesaran más la responsabilidad y las dudas que el goce de esa etapa que, por definición, debía ser idílica. Tienen algo de goyescas. Tal vez no sea aventurado decir que esta visión esté marcada por el mundo de las madres gallegas, cuyos hombres o emigraron o viven en la mar y ellas son las que llevan en solitario la familia. Quizá la fuerza de estos cuadros resida precisamente en esa crítica muda que, sin rozar la anécdota, desde lo puramente plástico, unas veces con acritud o crudeza y otras con ironía, nos dice sin decir.
Las figuras son suaves, evanescentes, como si la niebla del paisaje hubiese invadido el alma de las telas, dejándonos una cierta inquietud al observarlas superada, no obstante, por la belleza de su contemplación.
El casi grito contenido de esos niños y maternidades tremendistas, son otra forma de belleza en oposición al lirismo de sus naturalezas. Una muestra más de los contrastes en su pintura. Toda una filosofía de vida.
Desde las cuevas de Altamira o Lascoux el hombre ha querido dejar constancia de su sentir y pensar, nos ha dejado sus huellas, hemos visto su mensaje. Unas veces como necesidad vital o del espíritu; otras por la costumbre o como signo externo de poder; como medio de propaganda política o credo religioso; como alta alegoría o como relajación de las costumbres. Así los techos de las catedrales o palacios, los muros de Centros de Enseñanza, Política o Deporte; los sitios de recreo y hasta la humilde casa. Así los Monasterios bizantinos de Meteora, las Tumbas de Tarquinia, la Domus Áurea de Nerón, la Cúpula de la Sixtina, la Habitación de los Esposos, la Capilla de los Escrobiatti, el Palacio de la Razón, la Casa de Priapo y los Lupanares Pompeyanos, las Logias Vaticanas, que tanto han servido de modelo, y un sin fin de Grutescos que evolucionan desde lo monstruoso primitivo hasta el refinado arabesco.
En el Arte contemporáneo el muralismo renace con la transformación social mexicana. Su tendencia revolucionaria hace que predomine el concepto ideológico por encima de la realización plástica, así Rivera, Orozco y Siqueiros. Sirven de fondo a los movimientos de masas y su popularidad hace que se extienda a países como U.S.A., Brasil o Argentina y prácticamente a todo el continente americano. En Europa el tema es más complejo y salvo excepciones no tienen ese carácter de propaganda ideológica, son más religiosos, alegóricos o decorativos.
Santiago de Compostela, esa pequeña ciudad con sus calles orladas de bellos soportales, la majestuosa catedral, las múltiples iglesias, todo tan contenido y ajustado a la medida del hombre que la hacen irrepetible, hasta el punto de pensar que el vasto peregrinaje que arrastra desde siglos la haya impregnado con un hálito único que es lo que se percibe en cada rincón y en cada esquina resultando inabarcable y siempre nueva. En esta ciudad, en el Aula Magna de la antigua Facultad de Ciencias, hoy de Químicas, es donde M.V. realiza un esfuerzo que no podría creerse si no se hubiese visto.
Hablamos de un mural de ciento quince metros y con el techo curvo. Desafío artístico, personal y hasta físico. Los andamios instalados había que treparlos y esto es literal no metafórico. Realiza decenas de bocetos. Son días de agotador trabajo y noches sin sueño. Pica las paredes de su Estudio, mezcla en un mortero cemento y arena para comprobar cómo absorbe esta mezcla los colores y realiza una maqueta en madera para reproducir la curvatura del techo.
El tema por el que se decanta es alegórico, escenifica el mundo de la ciencia; químicos, matemáticos e investigadores con sus probetas, alambiques y artilugios haciendo mediciones. La sociedad y la familia saludan el advenimiento de sus logros. El hombre, desnudo y deslumbrado, se rinde ante la diosa.
Y con Manuel Alcorlo como ayudante (que acababa de terminar sus estudios en la Academia), emprende esa tarea que tenía algo de titánica en el hacer de trapecistas, el pasar los dibujos al muro por estarcido con polvo de tierra sevilla, para después perfilarlos al carbón con sombreado como si fuese una grisalla y conseguir un primer efecto de volúmenes. Sobre el fondo gris claro del cemento utiliza en las figuras la gama de pardos y negros y un blanco manchado de rosa en las zonas luminosas, reservando los azules para la curvatura del techo que lo transforma en firmamento. Aquí utiliza por primera y única vez el plástico, muy diluido como si fuese una acuarela.
Hay cierto influjo de Sirone cuya obra acababa de conocer en un reciente viaje a Italia y en mayor grado de Henry Moore en el concepto de las figuras y el logro del sombreado de los pliegues nos recuerdan la estatuaria grecolatina. Sin ser acentuado algunas figuras tienen similitud con las de otra gran pintora gallega, Maruja Mallo, y tal vez en la figura del brazo alzado haya cierta concomitancia propia de la época, pero el conjunto es de máxima armonía y el efecto que provoca resulta intemporal.
El equilibrio de la vida se manifiesta en la obra, así nos encontramos que la mujer tiene en esta alegoría tanto protagonismo como el hombre y hay que recordar que el mural se realiza en 1959. En esto también demuestra que es gallega, en el influjo de las costumbres de sus gentes, en la tradición y en el espíritu abierto a la vanguardia.
La arquitectura como paisaje tiene en el mural cierto protagonismo y es una de las dos o tres manifestaciones que se encuentran en su obra, lo que sorprende dado que es hija y nieta de buenos arquitectos, pero tal vez sea uno de esos casos donde aquello con lo que se convive desde pequeño tenga tal asimilación que su sentido se use de manera inconsciente y por ello donde su arquitectura tiene verdadero peso es en los espacios de Interiores.
En esta ocasión excepcionalmente usa el dibujo como paso previo a la pintura, aquí requisito necesario, pero siempre y en contra de lo que pudiera parecer pinta directamente con el pincel y esto es indicativo de lo mental que es su pintura en el origen y de la seguridad que tiene antes de dar sus pinceladas. Lo que quizá le venga de haber trabajado siempre la acuarela, siendo la técnica con la que inicia sus primeros pasos y a la que vuelve de modo intermitente.
Conviene señalar que nada más alejado de los muralistas mexicanos, encuadrados en la vertiente social y de movimiento de masas, que éste mural de Mª Victoria. A esta pintora lo que de verdad le interesa es la pintura, así la plástica tiene todo el protagonismo y lo alegórico es sólo accidental.
La popularidad que alcanza el arte muralístico en el S. XVIII permite que de las Logias del Vaticano se hagan replicas en el palacio del Ermitage en San Petersburgo, donde se reproducen íntegramente la obra de Rafael y de Giovani da Udine. A parte de los grandes anónimos egipcios, griegos, bizantinos y romanos no se pueden olvidar algunos de los nombres que dejaron su impronta en muros que ya son historia. Así Miguel Ángel, Rafael y Leonardo; el Giotto y Mantegna; los celebres paneles de Wateau y antes los de Cesare Baglione; más próximos a nosotros los magníficos Chagall en el Teatro Ruso y en la Ópera de Nueva York, o los de Miró y los Delaunay.
Otros contemporáneos también han tenido esta influencia de una u otra forma; así Paul Klee en su Diana, de 1931; y Alexander Calder en alguno de sus móviles como puede observarse en Tres soles amarillos, 1965, donde se ve la transformación del Arabesco de Claude III Audran, Monería de Marly, de1709.
De entre los españoles más cercanos, por señalar a algunos, José M. Sert, Villaseñor, Vaquero Turcios y Guinovart. Y entre los gallegos Laxeiro y Lugris (desconozco si existen otros significativos en Galicia y si los citados se conservan). Pero en esta lista habría que añadir el de Mª Victoria de la Fuente porque es un magnífico mural que debe figurar entre los mejores y sorprende que lo tengan aparcado en el olvido cuando debía estar reproducido como una más entre las obras de arte a visitar en la ciudad, lo mismo que vamos a ver los Fray Angélicos en Florencia o el de Lucio Muñoz en el edificio de la Asamblea de Madrid.
Dice Mª Victoria que “lo que la interesa de la luz es el elemento expresivo y de lo abstracto la materia, el color y la armonía tonal”. Y hay que creerla pues el color, las luces y las sombras son los elementos sustanciales de su obra sin olvidar la riqueza tonal que viene a ser el intervalo entre ambos opuestos y que los antiguos llamaban resplandor por ser distinto de la luz. Desde el figurativo intemporal de las primeras obras, donde incorpora la materia sin perder la referencia figurativa y el empleo de veladuras para mostrar lo indeterminado, pasa a resaltar la expresividad del individuo con un expresionismo de atmósferas más que de disloque de pincel y unas distorsiones como ajustado desarmónico que acentúan la expresión.
El efecto visual de su pintura, donde a veces sólo emplea una gama de color con varias gradaciones, es de un sensual refinamiento que provoca el intimismo, tanto que a veces molesta la rigidez de firma. Los antiguos definían a la pintura como muta poesis, poesía muda, y mucho de lirismo hay en los cuadros de esta autora.
Es posible que Plinio opinara hoy como entonces, pues cada vez me inclino más a pensar que siempre fueron malos tiempos para las Artes y las Letras; decía que “la negligencia destruyó las artes: y porque no hay imágenes de los ánimos, se menosprecian también las de los cuerpos”. Imposible aplicar esto a De la Fuente ni en el modo de ser ni en el obrar ni en pensamiento. Y debemos felicitarnos por ello porque el lenguaje que elige es acertado como bien lo demuestran los logros que consigue.
El color merecería todo un capítulo dado el rico cromatismo de su obra. Difícil mostrar predilecciones. Los amarillos ambarinos, los oxidados y verdosos, los cromos y gualdas, el amaranto y el albaricoque, el azafrán, el arce japonés y el arce sicomoro, todos resumen de ambrosía de soles que murieron en sus telas mientras el melocotonero y los membrillos dormían los arreboles del ocaso.
Los berenjenas y los moras; el lila y los anémonas; el turquesa, el azabache, el ultramar y el azul verde; el azul pavo real, el púrpura y el violeta; el azul prusia y el marengo; el azul bruma, el ánade y el ángel; el azul Venus, el azul uva, el azul noche y el nomeolvides porque se esconden en los blancos de todos los deseos; el de la lana, el algodón o el lino; el de la leche o el del azúcar; el del marfil, el mármol y los corales; el de la cebolla, la dalia o la camelia; blanco rosa, blanco perla, blanco de nácar o papiro; o blanco ala de mosca que duerme sobre la dama de la noche.
Negro endrina, negro ciruela o de cereza; negro oliva, negro enebro o de mostaza; negro té, negro tabaco, de humo o de ceniza; y negro pez que busca la noche para perderse en los mares del olvido donde encontrar una puerta a la esperanza. Verde bosque, verde carvallo o de eucaliptos; verde abeto, verde ciprés o verde encina; verde alga de mar, aguazur y aguamarina; verde seda, verde de caña o de botella que encierra agua de mar y aire de cielo.
Quizá es cierto que uno siempre intenta pintar el mismo cuadro y nunca lo consigue, por ello incide en sus predilecciones y así puede verse en uno de sus últimos trabajos donde están sus rosas, amarillos y turquesas; los tubos de pintura, el caballete y el taller. Hablo del titulado La pintura es cosa mental, en homenaje a Leonardo, y no es casual que así se llame ni vale como excusa que sea el lema del maestro.
En el magnífico cuadro La ciudad y la noche se derraman todos los azules; ignoro si este predominio del azul puede ser debido al efecto de la visión escotópica; difícil saber el porqué de estas razones, quizá sea simplemente una forma de prolongar ese cielo y ese mar que tanto quiere y que desaparecen cuando la noche llega.
Los griegos cuando hablaban de algo bello hablaban de una llamada al alma. “La belleza siempre es intuitiva. La belleza es a la mente lo que la luz al ojo... La belleza, al no originarse en las sensaciones debe pertenecer al intelecto, y de este modo, al afirmar que un objeto es bello, sentimos un íntimo derecho a esperar que los otros coincidan con nosotros”, esto nos dice Coleridge. Yo sólo espero que aquellos que contemplen los cuadros de Mª Victoria de la Fuente coincidan conmigo en reconocer que es la obra de una gran pintura, porque así es para el que sepa verla.
(*)Scardanelli.
(Catálogo . La pintura es cosa mental. Mª Victoria de la Fuente. Museo de Pontevedra. 2.0??)
(*) La poeta Encarnación Pisonero firma con el nombre de Scardanelli los textos sobre artes plásticas. Es miembro de AMCA, AECA y AICA.